Ayer jueves le pregunté a mi autor cómo era yo. Me contestó sin dudar, pero con desdén, que tenía el pelo moreno y corto, los ojos marrones oscuros, que medía aproximadamente un metro ochenta y cinco y pesaba no más de setenta y siete kilos. Quedé satisfecho a pesar de la austeridad de la descripción. Horas más tarde le pregunté dónde estaba. Él me dijo que en ese preciso instante me encontraba en una habitación, sentado en una silla frente al ordenador. Al poco tiempo quise que describiese mi personalidad y me contó que era inteligente y curioso; cariñoso, pero introvertido; vago y algo mezquino, con la ineluctable manía de usar la mentira como defensa ante mi inseguridad. Lejos de desalentarme, esta explicación logró situarme de algún modo en el mundo.
Antes de dormir y caer en un sueño profundo y disuasorio, advertí que aún debía de hacerle una última pregunta, acaso la más importante: quién era yo.
Llevo todo el día sin conciliar el sueño, enervado por la respuesta. Me contestó que era él y no sé si creerlo.
Antes de dormir y caer en un sueño profundo y disuasorio, advertí que aún debía de hacerle una última pregunta, acaso la más importante: quién era yo.
Llevo todo el día sin conciliar el sueño, enervado por la respuesta. Me contestó que era él y no sé si creerlo.
This entry was posted
on miércoles, 11 de febrero de 2009
at 12:36
. You can follow any responses to this entry through the
comments feed
.